Bienaventurados los Pequeños!!!


El tráfico estaba insoportable aquella hora pico. Y yo, sentado en mitad del bus abarrotado de gente, literalmente atrapado entre aquella vespertina peregrinación vehicular y los cientos de semáforos de la Avenida Central.


Mi cabeza abarrotada de pensamientos, con ganas de tener superpoderes para cambiar aquél caos usual.


- Parece que hay un accidente, señores – le escucho gritar al chofer. - ¡Esto será para largo!
Una mujer suspira a mi lado, mientras un niño comienza a llorar a mis espaldas.


“Es que cuando uno va tarde, el mundo se le pone en contra” – pienso yo, mientras unos chamos se montan en el bus vendiendo golosinas y galletas. Nos cuentan la misma historia de siempre: ´tamos sin trabajo, y como ´s preferible sé honrado a robar, ´mos venido a promocionar estas ricas y deliciosas galletas…
Y luego, el bla, bla, bla… de que nadie les contrataba, que si no podríamos comprar el producto, señores, colaborennnos con lo quepuedan que una moneda no enriquce ni empobrece a naide...
Cierto, eran bien chamitos; a esas horas, en vez de estar vendiendo galletas y golosinas, ¡deberían estar saliendo de la escuela o haciendo sus deberes en casa!


Pero bueno ¡qué tráfico tan terrible! Y aún debía pasar por el cajero para poder imprimir las hojas que me faltaban del trabajo a entregar esa tarde en la Uni… ¡Santo Dios, qué calor!


Para entretenerme, reviso las guías, y le doy vueltas y vueltas una y otra vez a la dinámica de la noche con la que tendré que iniciar mi exposición: “Desde el punto de vista sistémico, la sociedad está constituida por modelos…”


- ¡Ey! Es por acá. ¡Señor déjeme acá en la parada! – le grito al chofer del autobús, mientras recojo de sopetón mis libros y mis notas - ¡Déjeme aquí!


Tengo a todo el mundo en contra” – discurro encrespado. El estómago me cruje. Y me duele la cabeza, como si mil elefantes estuvieran bailando reggetón en ella. Y de paso, al llegar al banco, veo aquella tremenda fila en el cajero automático. Al fin es mi turno, pero la señora delante de mí repite una y otra vez la operación. “Bueno, pero ¿qué le pasa? Qué le dé chance a otro. Que meel turno a – me digo con rabia. Y en mis expectativas catastróficas me imagino que no me servirá la tarjeta o que ya no tendrá plata el cajero, o que tal vez me robaron el dinero que tenía disponible en la cuenta.


Me siento confundido; algo me pasa, algo necesito, pero no sé qué es… Me equivoco al introducir la clave; repito la operación; ¡no, esa clave no es, yo la cambié el mes pasado! – cavilo; hasta que, por fin, doy con clave correcta y tengo acceso a mi dinero.


Entro a un cyber-café. Imprimo las hojas. ¿Qué es lo que me pasa? – me examino otra vez. Pregunto dos veces la hora a una misma señora. La doña me mira con recelo. Yo camino a la parada de bus, para esperar el colectivo que me deje más cerca de la Uni.


Reviso las guías una vez más. El estómago me cruje. ¡Por supuesto! Si a estas horas, casi las cuatro de la tarde, y no he almorzado – digo con resignación para mis adentros - Y es ahora que me doy cuenta de ello. Identifico así lo que me pasa; entonces me empiezo a relajar. Pero una nueva preocupación emerge enseguida: ¿Y si llego tarde a clases? Chequeo la hora. Dispongo de 30 minutos. Suficientes.


Me detengo en un Mac Donald´s; aunque no estoy conforme, pero es lo único que se encuentra en la vía y es rápido. Ordeno la hamburguesa. Me siento. Y afuera veo a los chamos de las galleticas y las golosinas, vendiendo. “Seguro los van a sacar de aquí”. A través de la ventana, les veo hacer cuentas. El mayor saca un montón de monedas de sus bolsillos. Ellos son ahora el centro de mi atención.


Entran los dos al interior del local, con sus golosinas y galletas. El menor con la cara sucia y en chancletas de goma, el mayor en franelillas y con una gorra naranja descolorida y vieja, que dice: España ´82. ¿Qué hubo en España en el ´82? – me pregunto. Una muchacha les advierte a los niños que no está permitido vender allí. Ellos se ríen, y le enseñan el dinero. Y de pronto, pasan frente a mí, con sus “cajitas felices” y sus helados, y sus vasos de promoción del mundial de futbol de South África. Se sientan en un mesón contiguo al mío, con las manos embarradas en salsa de tomate, y con la bandeja llena de servilletas.´


Comen papitas fritas sumergidas en salsa. Y ríen sin preocuparse del mundo; ríen ajenos de las miradas de los curiosos, que cómo yo, se preguntan quiénes son éstos, de dónde han venido, cómo viven, quiénes son sus padres, cómo llegaron aquí. Uno de los chamos tendrá, cuando mucho, trece, el otro once o doce años. El más alto le hace señas al más pequeño. Se ríen. Y sus risas paralizan el mundo; sus risas son como un golazo de Messi en el último minuto; son como el correr de miles de gacelas libres en la sabana, que retumban del saliente al poniente.


El niño más alto sale del local, mientras el más pequeño saca una vez más cuentas. En minutos, otro chamo de su misma edad y condición está sentado, comiendo realmente feliz con ellos.


No son las cajitas o hamburguesas las que alegran el corazón – medito para mis adentros – sino la fraternidad y la alegría que se comparte y se celebra, lo que nutre la vida.
Se hizo tarde para mi clase, pero no me importa ya. Esa parábola de vida, de frescura y de solidaridad, es más valiosa para mí que un millón de libros juntos.


Felices los pobres porque saben compartir. Felices los pobres que descubren que el milagro de la multiplicación es posible sólo desde lo pequeño. Felices los pobres que rompen con las barreras sociales y se saben dignos de sentarse en la mesa que otros han construido sólo para los ricos. Felices los pobres. Ellos trastocan las reglas del mundo. Ellos son Palabra y Metáfora Viviente del Evangelio.

Comentarios

  1. Buen texto. Muy interesante. Un gusto visitarte. Te envio un cordial slaudo deseandote un buen dia.

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