Mary, Mother of the Poor
Mary, Mother of the Poor
Existen advocaciones y “advocaciones” con las cuales recordamos
a María, la Nazarena que fue madre de Jesús. En los evangelios se nos dice muy
poco de ella, casi no “pronuncia” palabra. Además, las pocas voces que los
evangelistas colocan en labios de María, están empapadas por la experiencia de
Resurrección “de aquellos que fueron testigos de todo”, y por las
características de la comunidad a la que la Buena Nueva va dirigida. Es todo un
reto pues, intentar dar con el paradero de la María Histórica.
Un hombre no es producto de la casualidad, un hombre y una
mujer, son resultado de la combinación fabulosa de múltiples factores:
biológicos, sociológicos, étnicos, religiosos… Tenemos condicionantes que nos
hacen ser quiénes somos. Somos el resultado de lo que por generaciones y
generaciones se ha ido sembrando en aquello que constituye nuestro entorno.
Jesús de Nazaret, vivió también estos procesos de aprendizaje y de
socialización. Nada lo aprendió por ósmosis, ni le fue inspirado en mágicos
acontecimientos. Jesús debió balbucear palabras para aprender a hablar, y esto
se llama imitación. Aprendemos por imitación. Hasta que nos volvemos capaces de
elegir. Y eligiendo podemos rechazar lo tóxico de aquello que hemos aprendido,
y aceptar aquello que es nutricio, y que posibilita nuestro desarrollo y
crecimiento.
Si Jesús dijo todo aquello que dijo, expresó todo aquello
que sabemos expresó, y vivió de la forma como sabemos vivió, fue porque
tuvo sólidas bases en su conformación psíquica y espiritual. José y María, sus
padres, debieron haber jugado un papel importantísimo en dicha configuración. Y
es allí donde vemos la presencia de María y la presencia de José. Detrás de la
mujer que busca la moneda perdida, detrás del sembrador, detrás de la compasión,
el amor, y la misericordia, encontramos a María, encontramos a José. La ternura
y el cuido por lo pequeño, el amor compasivo por los enfermos y débiles, el
amor hecho acción y justicia en aquellos que sufren injusticias… ¿de dónde los
pudo haber recibido Jesús, sino del seno mismo de sus padres?
Las huellas de María, la Nazarena, están tras la historia
misma de Jesús.
Recuerdo que en una oportunidad me invitaron a facilitar un
pequeño taller para hablar sobre la “Virgen María”. En aquella parroquia en
particular, estaban tratando el tema de las sectas y el avance del secularismo.
El tópico que me correspondió tratar fue “La defensa de María, es la defensa de
nuestra fe”. Yo comencé mi pequeña reflexión recitando el Magníficat. Y en ningún
momento traté cosas como “defensa”, “dogma”, “sectas”, o algo por el estilo. Creo
que los asistentes a la charla no quedaron satisfechos con las ideas que
expuse, pues una señora al final me dijo: “La Santísima Virgen María fue
elegida desde siempre por el Padre para ser la Madre de su Hijo. Y desde
pequeña, la Santísima Virgen María rezaba el santo rosario por la conversión de
los pecadores, y por los padecimientos que su hijo sufriría en la cruz”.
Merece todo mi respeto esta señora. Pero me hace ver que
podemos vivir en el S.XXI manteniendo un modelo de pensamiento religioso del
S.IV. O maduramos, o se nos muere la fe.
En nuestro imaginario religioso podemos proyectar asuntos
pendientes, o necesidades, o valores, o deseos. Es un reto pues, hacernos
conscientes de todo aquello que proyectamos en Dios, en sus ángeles y arcángeles y en sus santos de mayor o menor cuantía.
Los israelitas paisanos de Jesús vivieron también dicha tentación. En momentos
de opresión y tiranía, Dios se presentaba para ellos como el “Dios de los
ejércitos”. Y Jesús, desmontó todas sus proyecciones infantiles. Y nos mostró
que, delante de Dios somos adultos, no simples niños de pecho.
Lo mismo ocurre con María… Vestida de lujos, ataviada de
joyas finas… Con trajes de diseñadores,
y peinados de reina de belleza. ¿Es esta la María del Evangelio?
En Kibera (Kenya), me he topado muchas veces con María, la
campesina de Nazareth (Sí, porque María fue campesina). Cuando veo la “seño”
cargando en su cabeza agua, y en sus espaldas a algún niño pequeño, veo a
María, la vecina de Nazareth, Madre de Jesús. Cuando veo a tantas mujeres llevando
pesados leños para el fuego, en sus espaldas, me encuentro con María. Muchas
veces, a pesar del peso que “María” carga sobre sí, me dice: “Salama”.
Ayer estuve en casa de María. Tiene casi setenta años. Y
vive sola. Literalmente, entre la basura. Perdió a sus dos hijos, y desde hace
muchos años no sabe nada de aquél que fue su marido. Allí, sentada en aquel
rincón de su “casa”, en aquella callejuela de Soweto, en Kibera, “María Rose”
cantaba en silencio pero con grandes gritos: “El Señor derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes…”
“María Rose” no habla inglés, sólo kiswajili. Ella me
hablaba en su idioma, pero yo la entendía. Sister Clara y Sister Ruth bañaron a
“María”. Luego limpiamos su “casa”. Encendimos el fuego. Y “María” nos miró con
ojos de ternura y agradecimiento, nos miró con los mismos ojos como nos mira
Dios. Sister Clara llevó leche, te y frijoles para “María”, y “María” nos
bendijo a la misma hora que el tren pasa a través de Kibera. “María Rose” tenía
ayer un vestido “nuevo”. De color fucsia, con un largo abrigo marrón para
protegerla del frío. Y unos zapatos deportivos blancos que uno de mis compañeros
consiguió para ella. No se parecía en nada a la “virgen” de los altares, pero
sé que era María, la verdadera, allí, sentada frente a las brazas del fuego. “Ahí
tienes a tu Madre” dijo Jesús al discípulo amado. Y tenía razón. Pues María, la
Madre, está ahí, en Kibera, caminando entre el barro y la basura.
Our Lady,
Mother of Poor… Pray for us
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